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Trabajar en zonas rurales con internet ahora es posible

Me llamo Irene, tengo 33 años y hace casi un año decidí hacerme autónoma. Monté mi propia empresa de servicios editoriales. Me dedico a todo lo que implica crear un libro: escritura, corrección, maquetación y preparación final para imprenta o formato digital. Siempre soñé con poder trabajar desde casa, y ahora, por fin, lo estaba haciendo.

Pero para mí, trabajar desde casa no significaba quedarme en una ciudad o en un piso de interior. Yo siempre he querido vivir rodeada de naturaleza, en un entorno tranquilo, sin tráfico ni ruido. Me imaginaba trabajando desde una habitación luminosa con vistas al campo, saliendo a pasear con mi perro entre los árboles, tomando el café en el porche mientras mi gato dormía al sol.

Tenía claro que quería mudarme a una zona rural. No me importaba que fuera un pueblo pequeño. No me asustaban la falta de tiendas o que el bar cerrara temprano. Lo único que realmente necesitaba para seguir con mi empresa era una buena conexión a internet.

Y ahí empezaron los problemas.

 

Buscar casa siendo autónoma y amante de la naturaleza

Lo primero fue buscar una vivienda de alquiler en el entorno rural. Que admitiera animales (tengo un perro y un gato), con espacio para trabajar, y, por supuesto, con conexión a internet. Al principio pensé que sería difícil encontrar una casa bonita y bien comunicada, pero lo que realmente complicó todo fue lo último.

Visité muchas casas. Algunas eran preciosas. Otras eran más modestas, pero acogedoras. Varias tenían un pequeño terreno, otras estaban cerca del bosque, otras más apartadas pero con encanto. En la mayoría, cuando preguntaba por internet, las respuestas eran vagas o directamente malas: “Bueno, aquí llega algo de señal si te pones junto a la ventana”, “En invierno a veces se corta”, “Hay ADSL pero va muy lento”, “La cobertura del móvil entra y sale”.

Tuve que rechazar casas que me encantaban no porque no aceptaran mascotas, sino porque no podía permitirme estar sin conexión. Sin internet, mi empresa no puede funcionar. No puedo comunicarme con los clientes, no puedo subir ni descargar archivos, no puedo usar las herramientas que necesito a diario.

Y no estamos hablando de algo puntual. Hay zonas en las que la falta de cobertura es un problema constante, especialmente en días de lluvia, tormenta o viento.

 

Aprender a preguntar

Después de unas cuantas decepciones, aprendí a preguntar de otra manera. Ya no me valía con que hubiera internet. Ahora preguntaba por el tipo de conexión, la velocidad real (no la teórica), si era estable, si tenía límite de datos, si había cortes frecuentes, si alguien la usaba para trabajar. También empecé a comprobar yo misma las coberturas móviles en distintas operadoras, a leer foros de gente que vivía en la zona, a buscar alternativas.

Me di cuenta de que hay muchas zonas rurales en las que la infraestructura es antigua, y la prioridad nunca ha sido mejorar la conexión. En otras, directamente no hay líneas ni cobertura móvil decente. Y eso para mí era inviable.

La sensación era frustrante. Yo quería emprender desde un lugar tranquilo, sostenible, en contacto con la naturaleza, pero parecía que el precio a pagar era quedarme incomunicada.

También entendí que muchos propietarios ni siquiera sabían qué tipo de conexión tenían. Algunas veces me decían “sí, hay internet”, y al llegar descubrías que se referían a una señal mínima por datos móviles, sin posibilidad real de usarla de forma profesional.

Por eso me hice una especie de checklist para cada casa que visitaba. Llevaba apps para medir la velocidad, comprobaba si había posibilidad de instalar antenas externas, y a veces incluso hacía pruebas desde el coche antes de entrar a preguntar.

 

Las soluciones alternativas que lo cambiaron todo

Por suerte, no me rendí. Y buscando, leyendo, preguntando, descubrí que sí hay soluciones. Aunque no sean tan conocidas ni estén tan promocionadas como la fibra de las grandes ciudades, existen opciones pensadas específicamente para quienes vivimos o trabajamos en zonas rurales.

En mi caso, opté por contactar con empresas especializadas en conexión para entornos rurales. Yo no sabía que existían, pero, cuando las descubrí…. Fue increíble.

Me asesoré con Hispasat, una empresa para contratar internet de banda ancha por satélite para zonas rurales en cualquier punto de España. Ellos me explicaron que se ofrecían soluciones según el tipo de zona, la cobertura disponible y las necesidades de cada cliente. Algunas opciones se basan en señal móvil mejorada, otras en tecnologías satelitales, otras en instalaciones personalizadas con equipos específicos. O sea, que se adaptan a lo que hay y lo hacen funcionar.

La clave está en hacer un estudio previo del terreno, ver qué tipo de cobertura hay y cuál es la mejor forma de garantizar una conexión estable y suficiente para trabajar. No es lo mismo que tener fibra de mil megas, pero sí es más que suficiente para subir archivos pesados, hacer videollamadas, compartir pantalla, trabajar en la nube y mantener una comunicación fluida con clientes.

En mi caso concreto, fue necesaria la instalación de un equipo adicional para asegurar buena recepción. Me lo explicaron todo antes de instalarlo, me dieron soporte desde el primer momento y, lo más importante, cumplieron con lo prometido: internet suficiente, estable y sin cortes inesperados.

 

El día que me conecté (de verdad) al mundo rural

Una vez supe que era posible tener una buena conexión en el campo, volví a buscar casa. Esta vez, con más criterio. Encontré una vivienda que reunía todo lo que buscaba: espacio, entorno natural, tranquilidad, jardín, aceptación de mascotas y, gracias a esta solución alternativa, buena conexión a internet.

La instalación fue rápida. Me explicaron todo con claridad, y al cabo de unos días ya estaba trabajando desde mi nueva casa. Ese primer día de trabajo rural real, con internet funcionando, fue emocionante. No por el romanticismo del campo (que también), sino porque por fin veía posible compaginar mis dos grandes deseos: emprender como autónoma y vivir rodeada de naturaleza.

Desde entonces, mi rutina ha cambiado. Me levanto temprano, doy un paseo con el perro, preparo café, reviso el correo, edito textos, maqueto libros, asesoro a autores y hago todo lo que solía hacer… pero en un entorno que me hace sentir bien. No echo de menos la ciudad. No echo de menos el ruido, la prisa, ni los atascos. Me siento más productiva, más tranquila y más conectada conmigo misma.

Además, noto que mi creatividad ha mejorado. El simple hecho de mirar por la ventana y ver verde en lugar de cemento ya me ayuda a concentrarme mejor. Mis clientes no lo notan, pero yo sí: ahora entrego con más energía, con menos agotamiento mental.

 

Lo que aprendí del proceso

Todo este camino me enseñó varias cosas. La más importante: no hay que renunciar a vivir donde quieres por culpa del internet. Hoy en día, si investigas y preguntas, hay alternativas. Pero también es cierto que no todo el mundo lo pone fácil. Hay zonas donde la cobertura sigue siendo muy limitada, y en algunas regiones se nota el abandono tecnológico. La conectividad rural debería ser una prioridad, porque cada vez somos más las personas que trabajamos en remoto y buscamos otra forma de vida.

Otra cosa que aprendí es que hay que saber hacer las preguntas adecuadas. Preguntar “¿hay internet?” no es suficiente. Hay que saber si es estable, si hay cortes, si funciona bien en condiciones meteorológicas adversas, si tiene soporte técnico rápido, si el ancho de banda real se adapta al uso profesional.

Y también aprendí que hay que hablar con vecinos, preguntar en foros, leer experiencias de otras personas que ya lo han hecho. Gracias a eso encontré soluciones que, si me hubiera quedado solo con la respuesta de las operadoras grandes, nunca habría descubierto.

 

Consejos si estás pensando en dar el paso

Si tú también estás pensando en mudarte al campo y trabajar desde allí, te doy algunos consejos prácticos que a mí me habrían venido genial:

  1. Infórmate antes de mudarte. No des por hecho nada. Lo que parece una casa ideal puede quedarse corta si no hay conexión real.
  2. Haz pruebas tú misma. Usa aplicaciones para medir cobertura móvil, comprueba si hay visibilidad directa con torres cercanas, y pregunta por instalaciones previas.
  3. Ten siempre un plan B. A veces basta con un buen router con SIM o un sistema híbrido como respaldo.
  4. Ten en cuenta el clima. Algunas zonas con mucha niebla o viento pueden afectar a ciertos tipos de conexión. No lo pases por alto.
  5. Pregunta a quienes ya lo han hecho. Hay muchas más personas como tú de lo que parece. Y su experiencia puede ayudarte a ahorrar tiempo y dinero.

 

Sí, es posible (y merece la pena)

Hoy, meses después de esa mudanza y de haber superado todas las dificultades, puedo decir que sí, es posible trabajar desde zonas rurales siendo autónoma. No solo es posible, sino que es una de las mejores decisiones que he tomado.

Mi empresa funciona igual de bien —o incluso mejor— que antes. Mis clientes están satisfechos. Tengo mi espacio de trabajo bien montado. Tengo cobertura, datos, videollamadas, y puedo entregar mis proyectos a tiempo sin problemas. Y, además, tengo calidad de vida, contacto con la naturaleza, menos estrés, y un entorno que me inspira todos los días.

Hay vida profesional más allá de la ciudad. Solo hay que saber encontrarla.

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